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El que sufre ansiedad por las novedades

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Por motivos que no vienen al caso, recientemente, mi colección lúdica ha cambiado de ubicación. Después de asegurarme una y mil veces que encaja bien y disfruta de una correcta ordenación en el nuevo hogar, la observé, cual narcisista que se contempla la parte preferida de su cuerpo con ojos libidinosos y onanísticos. La sensación que provoca este ejercicio es confusa, ya que convergen tres emociones aparentemente contradictorias: la satisfacción de que empiece a ser una ludoteca amplia y variada, la culpabilidad al darte cuenta que tienes piezas que aún no han sido estrenadas, y finalmente la ansiedad. Ansiedad por querer tener más y más siempre.

Lo llaman el mal del coleccionista. Consiste en que una colección nunca, jamás, estará completa. «No tengo esto», «me falta lo otro», «quiero tener al menos uno de este autor», «quiero probar uno con tal o cual mecánica», «quiero esto porque es bonito»… Las excusas que podemos llegar a ponernos a nosotros mismos son infinitas, y asombrosa es la facilidad con la que podemos llegar a crearlas.

Hace poco le mostré, a una persona con bastante más sentido común que yo, mi colección. Orgulloso, la conduje hasta el lugar y dije triunfante: «Y aquí mi ludoteca». Su respuesta fue palmaria. «¡Oh! ¿Y has jugado a todos?» Es una pregunta obvia, pero no por eso menos descolocante. No. No he jugado a todos. Y, sin saber muy bien por qué, eso me produce algún que otro remordimiento.

No digo nada nuevo si afirmo que el mundo en el que vivimos es de consumo. Y ello implica que hay algo viejo que se ha agotado; y llega una cosa nueva para reemplazarlo. Nos sentimos empujados a buscar la novedad, y a ser poseedores siempre de «lo último». Es más: parece que todos estamos más o menos de acuerdo en que sin innovación constante el mundo no va a avanzar.

Pero, ¿cómo es posible que seamos capaces de comprar un juego nuevo si en casa tenemos 25 (dato no exagerado) por estrenar? ¿Tenemos miedo de que se agote? ¿Será eso que algunos llaman el «jaip»? Lo absurdo del consumo ha llegado al extremo de que revendemos productos aún precintados, porque sabemos perfectamente que ya no los queremos, que no nos interesan, o que no les daremos ningún uso útil.

Siendo víctima, como lo he sido varias veces, de la compra compulsiva, esa que entra por los ojos y se clava en la conciencia y sólo se va soltando los billetes, aquí nos hemos plantado. En el 2013, y con la peor crisis de estancamiento económico de… (¿qué más da de cuándo? Es una porquería y punto). Y me planteo la siguiente pregunta: en un momento en que el mercado de los juegos está en un evidente crecimiento, digan lo que digan los editores, ¿ha llegado el momento de plantarse? ¿Por qué no aprovechar los juegos que ya tenemos más y mejor? ¿Lo nuevo siempre es lo bueno?

Por eso, he tomado la decisión de, al menos popr un tiempo, poner freno a este derroche sin sentido y redescubrir mi colección, explorarla un poco más y estudiármela mejor, que lo mío me ha costado conseguirla. ¿Por qué no quemar un juego? ¿Tendrá algo de malo eso? Es más… ¡No existen dos partidas iguales!

Pero me temo que el propósito durará poco. Pronto aparecerá ese diseño que siempre he esperado, ese tema que tanto me gusta o esa mecánica que no puedo perderme. Y los jugones, besugos empedernidos, lo compraremos. Lo desprecintaremos, leeremos el reglamento y luego se lo venderemos a alguien. La situación me recuerda, a veces, a la de ese niño pequeño que ignora el regalo que acaban de hacerle y se entretiene jugando con el embalaje.

El que cuida las tácticas pero no la estrategia

Los juegos que recrean batallas históricas. Se han convertido en la quinta esencia de lo táctico. En la imagen, Memoir’44.

¿Qué diferencia hay exactamente entre lo táctico y lo estratégico? Desde que entré en el mundo lúdico he estado haciéndome esta pregunta, y aún nadie me ha dado una respuesta del todo convincente. Quizás lo que más se acerca a una definición exacta es lo que me dijo un compañero jugón de labsk, muy wargamero él: “Estrategia es pensar. Táctica es reaccionar”.

Me gusta este planteamiento. De esta forma, cada cosa tiene sus pros y sus contras. El pensamiento estratégico sirve a largo plazo, pero no tiene en cuenta para nada los imprevistos que surgen en la partida, y eso que hay muchos. El pensamiento táctico te permite esquivar bien las olas y aprovechar el viento, pero no sabes hacia dónde va el barco. Por algún motivo los buenos ajedrecistas opinan que es tan importante lo uno como lo otro.

De todas formas, y después de leer y escuchar muchos debates, me ha quedado claro que la estrategia es la hermana mayor, y la táctica, la pequeña. De hecho, he notado por ahí algún que otro aficionado que desprecia un poquitín esta última. Hasta el punto en que la táctica es “el salvavidas de los que no saben jugar”. Si esto es así sería una lástima, porque el mundo está lleno de buenos tácticos. Son los oportunistas, los que hacen la jugada perfecta en el momento justo. Pero raramente encuentran lo que se llama la “solución de continuidad”.

Ahora desconectemos por un momento del mundo lúdico y pensemos en la profunda crisis económica en la que estamos sumidos. Pensándolo bien, la podríamos considerar perfectamente una crisis estratégica. Nadie pensó en el largo plazo, sino en los beneficios del momento. Daba igual si estábamos en una burbuja o no: lo importante era agarrar el billete fácil, y eso significaba tocho y hormigón. Tácticamente la jugada era inapelable: había empleo, el país crecía y todos nos embolsábamos riquezas con facilidad.

Pero, ¿adónde nos conduciría todo eso? A que, tarde o temprano, toda esa riqueza basada en dinero que no era real acabara volatilizándose. No es que, como se ha dicho por ahí, nadie pensara que podríamos caer en un crack económico de proporciones desconocidas. Es que la táctica era demasiado tentadora como para ponerse a pensar en sus consecuencias.

Lo que sería realmente deseable es tener siempre una estrategia, un objetivo, un “adónde se dirige la nave”. En todo caso, y si la ocasión se lo merece, ya nos ocuparemos de la táctica. Pero avanzar por el camino del oportunismo de día y medio es ir hacia la derrota segura. Es cambiar una reina por un peón. Y es pan para hoy y hambre para mañana.

La política, en los tiempos que corren, es un buen ejemplo de táctica pura. Que nadie se confunda; lo que quiero decir no es que sean todos ladrones, o todos corruptos, o todos idiotas, como se vocifera por ahí. El verdadero problema es que ninguno tiene en la cabeza un plan a largo plazo. Los países europeos han jugado mucho tiempo sin estrategia, con el sistema conocido como “sobre la marcha”. El lector comprenderá entonces que esto no es un problema de uno, ni de dos, ni de cinco años atrás. Viene de muy lejos. Moraleja: el primer movimiento de la partida tiene que ser el más meditado.

Por eso dije anteriormente que en el mundo hay muchos y muy buenos tácticos. Hoy, un cargo y un sueldo. Mañana, ya veremos. Si hay por ahí algún estratega que nos esté leyendo, por favor, que venga corriendo a arreglar esta chapuza. Gracias.