Archivo del sitio

El que cuida las tácticas pero no la estrategia

Los juegos que recrean batallas históricas. Se han convertido en la quinta esencia de lo táctico. En la imagen, Memoir’44.

¿Qué diferencia hay exactamente entre lo táctico y lo estratégico? Desde que entré en el mundo lúdico he estado haciéndome esta pregunta, y aún nadie me ha dado una respuesta del todo convincente. Quizás lo que más se acerca a una definición exacta es lo que me dijo un compañero jugón de labsk, muy wargamero él: “Estrategia es pensar. Táctica es reaccionar”.

Me gusta este planteamiento. De esta forma, cada cosa tiene sus pros y sus contras. El pensamiento estratégico sirve a largo plazo, pero no tiene en cuenta para nada los imprevistos que surgen en la partida, y eso que hay muchos. El pensamiento táctico te permite esquivar bien las olas y aprovechar el viento, pero no sabes hacia dónde va el barco. Por algún motivo los buenos ajedrecistas opinan que es tan importante lo uno como lo otro.

De todas formas, y después de leer y escuchar muchos debates, me ha quedado claro que la estrategia es la hermana mayor, y la táctica, la pequeña. De hecho, he notado por ahí algún que otro aficionado que desprecia un poquitín esta última. Hasta el punto en que la táctica es “el salvavidas de los que no saben jugar”. Si esto es así sería una lástima, porque el mundo está lleno de buenos tácticos. Son los oportunistas, los que hacen la jugada perfecta en el momento justo. Pero raramente encuentran lo que se llama la “solución de continuidad”.

Ahora desconectemos por un momento del mundo lúdico y pensemos en la profunda crisis económica en la que estamos sumidos. Pensándolo bien, la podríamos considerar perfectamente una crisis estratégica. Nadie pensó en el largo plazo, sino en los beneficios del momento. Daba igual si estábamos en una burbuja o no: lo importante era agarrar el billete fácil, y eso significaba tocho y hormigón. Tácticamente la jugada era inapelable: había empleo, el país crecía y todos nos embolsábamos riquezas con facilidad.

Pero, ¿adónde nos conduciría todo eso? A que, tarde o temprano, toda esa riqueza basada en dinero que no era real acabara volatilizándose. No es que, como se ha dicho por ahí, nadie pensara que podríamos caer en un crack económico de proporciones desconocidas. Es que la táctica era demasiado tentadora como para ponerse a pensar en sus consecuencias.

Lo que sería realmente deseable es tener siempre una estrategia, un objetivo, un “adónde se dirige la nave”. En todo caso, y si la ocasión se lo merece, ya nos ocuparemos de la táctica. Pero avanzar por el camino del oportunismo de día y medio es ir hacia la derrota segura. Es cambiar una reina por un peón. Y es pan para hoy y hambre para mañana.

La política, en los tiempos que corren, es un buen ejemplo de táctica pura. Que nadie se confunda; lo que quiero decir no es que sean todos ladrones, o todos corruptos, o todos idiotas, como se vocifera por ahí. El verdadero problema es que ninguno tiene en la cabeza un plan a largo plazo. Los países europeos han jugado mucho tiempo sin estrategia, con el sistema conocido como “sobre la marcha”. El lector comprenderá entonces que esto no es un problema de uno, ni de dos, ni de cinco años atrás. Viene de muy lejos. Moraleja: el primer movimiento de la partida tiene que ser el más meditado.

Por eso dije anteriormente que en el mundo hay muchos y muy buenos tácticos. Hoy, un cargo y un sueldo. Mañana, ya veremos. Si hay por ahí algún estratega que nos esté leyendo, por favor, que venga corriendo a arreglar esta chapuza. Gracias.