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El que recurre a la estafa

                           

Estos días he estado desempolvando una vieja baraja de Magic The Gathering, que había quedado abandonada en un cajón desde hace 16 años. Empleando el hallazgo como excusa, me escapé hacia la tienda más próxima para agenciarme alguna ampliación y darle algo de jugabilidad al mazo, sin otra intención que menear un poco las cartas por pura nostalgia. No me apuntaré a torneos, ni iré al Mercat de Sant Antoni a cambiar cartas, ni haré nada de lo que hacen esos señores tan raros.

Magic The Gathering es un juego que me trae recuerdos muy ingratos. Pero eso sí, aprendí mucho de él. Cuando Magic se puso de moda en el cole corría el año 1995, y un servidor contaba con la modesta edad de 12 añitos, los suficientes como para empezar a frikear un poquito. Yo había tenido ya mis flirteos con juegos de rol y otras rarezas de esa misma rama, con lo cual esas extrañas cartas me llamaban mucho la atención.

Durante más de medio curso estuve persiguiendo a mi pobre madre para que me comprara una baraja de la entonces flamante tercera edición, que valía nada menos que 1.500 pesetas de la época. A mi madre, que siempre ha sido una persona muy razonable, le costaba acceder a tal petición. ¿Cómo podía ser que un mazo de sesenta cartitas costara aquel dineral? Después de estar día y noche convenciéndola de que aquellas no eran unas cartas cualesquiera, sino unas supermegaguays ideales de la muerte que si te descuidabas te hacían la cena ellas solas, me hice con mi primer mazo, tras una trabajada dosis de buenas notas.

Tengo pruebas irrefutables de que aquellas cartas estaban malditas. Desde el mismísimo momento en que las abrí, empezaron a suceder cosas extrañas. De entrada, en el instante siguiente a abrirlas se fueron todas al suelo, y algún animal que pasaba por la calle corriendo (con las suelas sucias de narices) pisoteó algunas de ellas. Pero la cura de humildad más grande aún estaba por llegar.

Inmediatamente, algunos compañeros de clase empezaron a estar sospechosamente interesados por mis cartas, e incluso hablaban entre ellos de mi mazo. Por si esto fuera poco, los mayores del cole, esos que iban a cursos más difíciles que el nuestro, también hablaban de mi baraja, que estaba llena de tierras dobles y cartas raras como Nightmare y alguna otra que haría que cualquier magiquero se llevara las manos a la cabeza. Para los no iniciados: sólo un par de esas cartas ya valían más de lo que mi madre había pagado por todo el mazo.

Podría decirse que la inexperiencia me pilló desprevenido. Sin saber nada aún del valor de ciertas cartas de ese juego, me empecé a dejar seducir por la inocencia propia de un niño que apenas empieza a salir de la cáscara, y sucumbí a los aparentemente golosos cambios que me ofrecían mis compañeros (que si te doy cuatro cartas por esta, que si te doy cinco por esta otra,…). Yo creyéndome que me estaba  construyendo el mazo de mi vida, cuando en realidad lo que estaba haciendo era el primo. Sólo cuando cayó en mis manos una lista oficial de precios (codiciadísima fotocopia que hoy cualquier mocoso se bajaría en cinco minutos) comprendí que había sido víctima de un timo de traca y pañuelo. Varias veces, de hecho.

En aquella época, en el cole, había dos modas principales: jugar a Magic deliberadamente mal, maltratando el reglamento, y robar las cartas de los demás (¡las caras!). A sabiendas de eso, yo siempre vigilaba mucho… Hasta que un día, sin querer, lo olvidé en la clase a la hora del patio. Cuando volví, obviamente algún indeseable ya me había “limpiado” convenientemente la baraja, llevándose las pocas buenas cartas que aún nadie me había estafado. Eso sí, había tenido el detalle de dejarme toda la morralla.

A pesar de las maldades, Magic The Gathering me enseñó varias cosas que nunca en mi vida he vuelto a olvidar. Se puede decir que mi adolescencia empezó realmente con Magic, ya que no puedo imaginar una pérdida de la inocencia más brusca. Supongo que ahora el lector entenderá porqué esa baraja se ha quedado tanto tiempo enterrada.

Así que, como en esta vida abundan los listos y los vivos, mejor me guardo mi barajita para jugar en los ratos libres con algún amigo, y el resto del mundo Magic ya se puede ir a tomar el aire fresco un rato largo. Y que sea lo que Planeswalker quiera.