Archivos Mensuales: marzo 2014

El que se aburre de todo (y rápido)

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El otro día, un compañero lúdico al que aprecio mucho estaba observando la ludoteca de nuestro club, que hemos conseguido formar a lo largo de dos años. La observaba atento, pensativo, como si esperara que los juegos le hablasen. Algunos de los que hay allí aún no los conocemos bien, y hay algunos cuya caja aún no ha sido tocada siquiera, ni hay indicios de que vaya a ser tocada en un futuro próximo. Me acerqué a él preguntándole si estaba decidiendo de qué juego quería montar su próxima partida. «No», me respondió, «sólo estaba preguntándome para qué necesitamos tantos».

Es una realidad de la que todos, poco o mucho, hemos sido conscientes alguna vez. Vivimos en un mundo donde la tiranía de la novedad nos hace aburrir las cosas rápido. Quedarnos con algo demasiado tiempo, en general, nos produce ansiedad. La misma clase de ansiedad que aparecería en el cuerpo si nunca pudiéramos hacer zapping con un televisor. La yuxtaposición masiva y sin sentido de cosas ha convertido en prácticamente imposible centrarnos en una sola, sea cual sea. En otras palabras: nos ha dispersado la mente.

Si el lector es escéptico a ese discurso, le sugiero que observe cómo evolucionan las críticas hacia los juegos en foros, blogs y lugares parecidos. Generalmente tienen un ciclo bastante bien definido: en la novedad, aparecen los incondicionales asegurando que va a ser la gran revolución lúdica que nadie debe perderse (acaso sea esa sensación lo que ellos mismos definen como hype, criptograma que aun no he logrado descifrar). Luego aparecen algunas reseñas francamente buenas, y el producto tiene una bolsa bien definida de seguidores. Si hay suerte y una buena campaña, el producto se comercializa bien, y llega a nuestras estanterías.

Quizás el punto de inflexión es cuando aparece el primer detractor. Al principio es una voz discordante, casi marginal, pero muy pronto aparecen dos o tres personas que la apoyan. Finalmente, pasados unos meses (tengo la sensación psicológica, quizás falsa, de que ese tiempo va encogiendo escandalosamente), la deflación es total. Ese mismo juego encumbrado hasta la exageración es ahora destrozado hasta la hilaridad. Lo que tenía que ser una revolución lúdica ha sido ampliamente superado por la última novedad, que por supuesto cumplirá exactamente el mismo ciclo.

Lo que verdaderamente me tiene impresionado de esta secuencia es que, por aquel entonces, los defensores del producto han desaparecido completamente. Es más: quizás ni ellos mismos recuerdan que lo fueron, ni por qué.

Pero luego, quizás en una dimensión distinta, están los clásicos. Esos extraños objetos que aparecen cada 100 años (más o menos) y que resisten todas las embestidas del tiempo. No importa lo crítico o lo escéptico que se sea. Siempre hay ese juego, esa película, ese libro, esa experiencia vital o ese amor que nadie en su sano juicio discute. Esas excepciones de la naturaleza que cancelan el aburrimiento y aceleran el paso de las eras de un modo casi impertinente. Esos talismanes vivos que son demasiado dignos como para que su nombre sea maltratado en un foro o en una red social. Esas piezas que hacen que todas las demás sean notas a pie de página.

Yo no vivo con la esperanza de que aparezcan más. Me conformo con comprender las que ya han aparecido. A ver si era eso lo que en realidad estaba pensando mi compañero.

– Sr. Sturgeon, ¿no le parece a usted que el 90 % de la ciencia ficción es basura?
– Sí. Pero tenga presente que el 90 % de todo es basura.