Archivos Mensuales: noviembre 2014

El que no encaja

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Llevo ya unas semanas (meses en realidad) preguntándome qué es lo que realmente me gusta de la afición a los juegos. Y cuando digo «realmente», me refiero a buscar una respuesta que no me acabe conduciendo a los juegos en sí mismos. Eso no me interesa. Lo que deseo averiguar es qué es lo que hace que sientas esa conexión tan íntima, tan difícil de explicar, con esos mundos de cartón y plástico, encontrado soluciones a puzzles que parecen imposibles o viviendo esas aventuras que te permiten escapar de la dureza, a veces extrema y siempre injusta, de la realidad.

La respuesta que creo haber hallado es en realidad muy sencilla: los demás.

Los juegos son algo que tiene grabado en su propia naturaleza la compañía, el contacto humano, el compartir en definitiva. Sin estos ingredientes, para mí, el mundo lúdico no es ni divertido ni apasionante ni interesante. La misma palabra «juego» sugiere la idea de «algo que hacer» con el otro. Si hay algo que distinga esta afición de las demás es que está diseñada para que los seres humanos interactúen, y se sientan próximos unos a otros. Jugando, las personas comprenden que están estrechando lazos, además de poner a prueba las habilidades que el juego fomente.

La prueba de ello es muy sencilla de hacer (aunque debo advertir que el resultado es un poco cruel). Cuando las sillas que rodean el tablero se quedan vacías, este pierde todo el interés que pudiera tener. Uno ya no siente el gusanillo de estrenar el último componente, hacerse con la última novedad o leer el último excéntrico reglamento del que ha oído hablar, porque todo eso carece completamente de sentido si no se comparte con nadie. Sin los compañeros de juego, no son más que metáforas burdas de la realidad que alguien ha perpetrado con algo de madera (y tiempo) que le sobraba.

Desde hace unos meses, admito que me ha invadido la desagradable sensación de que el mundo lúdico ya no tiene nada que ofrecerme, porque creo que no tiene del todo claras estas premisas. No tiene ninguna razón de ser buscar culpables. Simplemente ha ocurrido. Las causas son lo menos importante.

Hace muy poco tiempo me habría parecido imposible escribir una reflexión así. Es un sentimiento que, no lo negaré, me apena profundamente. Y parece que soy el único al que este sentimiento le entristece. Lo cual ya me parece bien. Habrá quien no dé ninguna importancia a las personas, y crea realmente que lo único que importa es el producto lúdico en sí mismo. Es posible. Y quién sabe si ese alguien tiene algo razón, observando las líneas de actuación de quienes a él se dedican. Pero me temo que eso es llamarse a engaño. Tarde o temprano se topará con la misma decepción que yo ahora estoy expresando.

¿Desencanto o desengaño? Siento la débil esperanza de que se trate tan sólo de una impresión pasajera, y espero poder algún día reconciliarme con este mundo que tantas horas de diversión y alegría me ha regalado, porque soy algo insistente. Pero me temo que la realidad es aún más tozuda que yo.

Quizás, cuando el mundo lúdico se dé cuenta de que su capital más importante es el humano, ya será demasiado tarde.