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El de la camiseta negra

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Existe un fuerte contraste entre lo que veo cuando visito Essen, lo que intuyo que debe ser la cultura lúdica de allí leyendo la BGG, y lo que veo cerca de mi casa.

Hace un tiempo, en la anterior entrada, me quejaba de que la cultura lúdica no está sabiendo aprovechar su capital humano, que a mi juicio es lo más importante y valioso que tiene. Me corrijo: no sólo no sabe explotarlo sino que encima maltrata constantemente al poco que tiene (y que le ha costado lo suyo ganar).

Allí veo familias enteras (literalmente: desde el abuelo de 80 hasta la niña de 3) probando el último prototipo presentado como novedad. Aquí veo cómo los que diseñan, ilustran, prueban, evalúan, promocionan, compran y critican son siempre los mismos, que se han cambiado de lugar rápidamente en la cadena de montaje.

Allí veo cómo se esfuerzan por invitar a público totalmente nuevo para que se introduzca en el mundo de los juegos. Aquí veo cómo una autoproclamada y decadente élite protesta cada vez que alguna tienda o editorial intenta hacer precisamente eso (los mismos que luego se rasgarán las vestiduras porque «no se edita suficiente producto de casa»).

Allí veo una organización alegre y sonriente, de lo más variopinta, que siempre se esfuerza por darte a entender que en su mesa de juego hay un lugar para ti. Seas quien seas y hables el idioma que hables. Aquí veo cómo, siendo colaboradores de un evento, nos echan de una mesa porque, literalmente, «esta es la mesa del rol y no la de los juegos; y si no te gusta habla con la organización» (y se supone que tiene que ser un evento benéfico). Y según qué idioma hables te miran de reojo.

Allí veo cómo la gente se vuelca en los eventos lúdicos porque lo importante es compartir, conocer, disfrutar. Aquí lo que veo es «total, para qué vamos a ir si eso podemos hacerlo desde casa», y si vamos, en todo caso, nos ponemos los cinco amiguetes en una mesa y pobre del desgraciado que ose molestarnos.

Allí veo una comunidad de jugadores que participan, que se ayudan, se animan y por supuesto cuando hace falta compiten y se critican entre ellos. Aquí se dedican a montar numeritos a través de Youtube, llenando los comentarios de insultos y descortesías varias. Acusaciones anónimas y amenazas veladas de enviar todo a tomar por saco si lo que escribes no gusta. Lenguaje críptico y tensión permanente: la rueda del hámster. Y luego nos extrañamos de que la gente no se abofetee para abonarse a nuestra querida afición.

Un compañero lúdico lo definió perfectamente bien: «esos son los de la camiseta negra». Los eternamente malhumorados. Los que siempre encontrarán un motivo para la amargura. Los que se creen propietarios del hobby, pero que al mismo tiempo sienten un fuerte agotamiento por ello. Los que viven anquilosados en una imagen que a principios de los 90 podía tener su gracia, pero que ahora está completamente fuera de contexto. Quieren que todo el mundo les preste atención pero al mismo tiempo se sienten cansados de ser el centro de atención. Quieren ser referencia, pero no soportan que alguien les pregunte algo.

Una contradicción permanente que sólo puede vivirse coherentemente en el interior de una camiseta negra, y de algún local mohoso que presume de ludoteca, al que rara vez se acercaría un ser humano de manera espontánea.

Mientras ellos presumen de los juegos que les han traído los Reyes para este 2015, se les escapa que lo que necesitaban no eran precisamente juegos nuevos. No estaría mal que un día abrieran la caja y la encontraran repleta de carbón, sólo para ver qué cara se les quedaba (no esa cosa asquerosilla de azúcar… me refiero a carbón del negro. Negro como la camiseta). Pero ya se sabe: la culpa entonces sería del editor.