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El que juega a despistar

Robotory, como la mayoría de juegos de control de áreas, se presta mucho a hacer jugadas orientadas a despistar al rival.

Desde que nos hemos sentado alrededor de la mesa, la expresión de su rostro ha cambiado. Mejor dicho, ha desaparecido. Los demás, hacemos lo que podemos. Ella ahí sigue, como una figura de cera. Con los ojos pegados al tablero y la nariz parcialmente escondida bajo su mano de siete cartas. No ha dicho ni una sola palabra en toda la partida, y los demás no sabemos si tomarnos su silencio con miedo o con carcajadas. Porque una de dos: o tiene en su cabeza el mejor plan de la historia o no tiene ni puñetera idea de qué hacer.

Observa su peón (el de color rojo, no podía ser otro) como si mirarlo fijamente fuera a tener algún efecto sobre él. Por unos instantes tengo la impresión de que intenta hacerlo levitar. Pero sigue sin moverlo. Suponemos que se da cuenta de las acciones que llevamos a cabo los demás. Por un instante tengo la ilusoria impresión que ha mirado mi ficha. ¿Querrá sacársela de en medio? ¿Será una amenaza? Pero en seguida caigo en la cuenta de que, en realidad, no ha apartado la vista de la suya.

Le toca jugar a ella. Sin inmutarse, baja al tablero una de sus cartas. No lo entendemos. Miradas de extrañeza. “Si querías jugar esa carta, ¿por qué no te has cambiado de posición en el turno anterior?”, le espeta alguien con una sonrisa algo estúpida. Ella se lo queda mirando, seria y fijamente. De nuevo, la ambigüedad. El silencio tanto podría significar “sí, es cierto, ¿qué estoy haciendo?” como “cállate imbécil, a mi no me pidas explicaciones de lo que hago”.

Seguimos. A ratos parece que no sepa cuándo le toca robar, pero es de nuevo una simple apariencia. Ahora me doy cuenta. Está tan absorta en calcular cómo jugará sus cartas que se le olvida el momento en que tiene que coger una nueva.

Un compañero juega una de sus cartas, eufórico. Empieza a regodearse en la victoria. Está convencido de que con esa combinación la victoria ya no se le escapa. No sé si se ha dado cuenta de que la partida aún no ha terminado. Le toca jugar a ella. Baja una carta demoledora, la última que le quedaba en la mano. ¿Cómo diablos ha podido conservarla hasta ahora? Nadie se lo explica. A mi compañero se le queda una cara de tonto de esas legendarias. Ella, ni se inmuta. Ni siquiera parece consciente de lo que acaba de hacer.

Él parece algo mosqueado. No se esperaba que le arrebataran la partida en el último segundo, y se pasa el rato esgrimiendo el reglamento para encontrar algún salvoconducto que lo saque del desastre. Ella, simplemente, coge la carta sin levantar la vista del tablero, lee en voz alta su efecto y confirma que su movimiento es inapelable, aparte de magistral.

Y es al final, en ese extraño y ritual momento del recuento de puntos de victoria, cuando lo comprendo todo. Ella sólo jugaba a despistar. Deportivamente le ofrezco la mano, la felicito, y le hago saber que lo ha conseguido. Por primera vez en toda la tarde, sonríe.

Stratego fue uno de los primeros juegos de la historia que tiene como objetivo confundir al adversario, mediante la información parcial e interesada.